Esta semana se ha dado a conocer la intención del equipo de ingenieros de Emiratos Árabes que erigieron en el país la isla artificial más grande del mundo. Ahora, ponen su punto de mira el Kiribati, uno de los archipiélagos más vulnerables al cambio climático, situado en el Pacífico Sur.
El país oceánico tiene que lidiar con la subida del nivel del mar, una amenaza que pone en jaque la permanencia de los más de 100.000 habitantes que pueblan el país. Por ello, el proyecto, que cuenta con un presupuesto estimado de casi 90 millones de euros, se ha enmarcado dentro de los calificados como “soluciones creativas” por parte del Gobierno para utilizar material con el que alzar la tierra procedente del dragado de lagunas internas.
Kiribati ha visto cómo el agua salada contaminaba sus acuíferos casi en su totalidad, lo que ha imposibilitado el desarrollo de la actividad agrícola, entre otras. El oleaje ya ha pasado factura a los diques de contención que mantienen a salvo el archipiélago, donde las inundaciones son cada vez más frecuentes.
El presidente del país, Anote Tong, ve complicado su futuro, puesto que afirma que “la ciencia continúa indicando que acabaremos bajo el agua en menos de un siglo”.
En el marco de la Conferencia del Cambio Climático para el Pacífico, celebrada en la ciudad neozelandesa de Wellington, varios expertos advirtieron que los primeros refugiados por el cambio climático podrían darse en apenas cinco años.
Tong, quien negoció en 2012 la compra de 2.200 hectáreas de terreno en la isla fijiana de Vanua Levu e incluso ha pensado en trasladar a la población encima de una gigantesca plataforma flotante similar a las de las compañías petroleras, ha pedido respaldo para estas “innovadoras iniciativas que le dan esperanza a aquellos lugares que ya no la tienen”.
Cabe recordar que el caso de Kiribati no es el único, pues otras naciones insulares del océano Pacífico de baja altitud como las Islas Marshall, Tuvalu o Tokelau, afrontan problemas de este tipo, como la inestabilidad de las infraestructuras en las que a la población no le queda otra que intentar sobrellevar su día a día a base de resbalones y “lluvia” en forma de agua salada, pues las olas “se pueden sentir de punta a punta” del país.
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